Una gran terraza con estatuas de dioses y vasos en que arden perfumes. Entre los pórticos se ven los Apeninos. En el centro, una mesa baja, ricamente servida, y lechos en los cuales están blandamente reclinados Sergiolus (Adán), Milón (Lucifer), Catulo, Julia (Eva) y otras dos cortesanas, Hippia y Cluvia, como ella vestidas de manera impúdica. Al fondo, sobre un estrado, dos gladiadores luchan. Los esclavos están cerca para atender prontamente las órdenes de sus amos. Unos flautistas tocan. Es el crepúsculo, y después, la noche.
CATULO
Ah, cuán ágil y rápido es ese gladiador
de la cinta roja
¡Oye, te apuesto
que vencerá, Sergiolus!
ADÁN
¡No, por Hércules!
CATULO
¿Por Hércules? ¡Cómo! ¿hay quien, entre nosotros
cree todavía en los dioses? Si en rigor
quieres jurar, jura por Julia
ADÁN
¡Pues bien, sea!
LUCIFER
¡El juramento es cosa seria!
Niegas a un dios y lo substituyes por otro
¿Y por quién juras tú?
¿Juras por la belleza de Julia
o por tu amor por ella? ¿O acaso por su fidelidad?
CATULO
¡Ah, bien fugaz es la belleza!
Y, de todos modos, lo que hoy amamos
mañana nos cansa.
La mujer nueva, aunque tenga menos gracias
que nuestra amante, puede triunfar sobre ésta,
puesto que ella es Novedad
ADÁN
Juraría por su fidelidad.
¿Entre vosotros habrá alguno que despilfarre
tanto dinero como yo por su amante?
HIPPIA
¡Pobre inocente! ¿Así, pues, te crees capaz
de disfrutar de ella inagotablemente?
¿Y sería como dices tú, que buscas sin fin
otros placeres y te disipas
para atrapar tan sólo un fragmento de la embriaguez
en tanto que ante ti huye el espejismo
de la perfecta voluptuosidad?
¿Sabes si algún día no irá ella a ceder
a un capricho o a una ilusión?
¡Al fin y al cabo también la mujer se cansa!
El músculo embotado de un gladiador
ADÁN
Cierto es, Hippia
¡Mas dejemos eso!
¿Para qué la voluptuosidad, si no poseemos
para brillar en ella la pujanza de Hércules
y no podemos, por mil fuegos tentados,
como Proteo metamorfosearnos?
En vano el amo clama por la hora de expansión
de que su esclavo, al cabo de su semana
de dura labor, disfruta a voluntad
¿Así, pues, el placer no es más que un hilillo de agua
para el hombre devorado por la sed? ¿O acaso
la muerte para el imprudente
que se abisma en sus ondas?
LUCIFER
¡Mis felicitaciones! ¡Ah, el lindo curso de moral,
Sergiolus, sobre el seno de bellas jóvenes
entre dos ánforas con flores! Mas dime,
¿qué hay de vuestra apuesta?
ADÁN (a Catulo)
Si pierdo, Julia es tuya.
CATULO
¡Sea! ¿Mas si ganas?
ADÁN
Me darás tu caballo.
CATULO
Pasado un mes podrás venir
a llevarte a tu bella,
de lo contrario mis murenas la devorarán.
LUCIFER
¡Mira, Julia, ese bello pez! ¡Cómelo!
Pues tú, muy pronto, engordarás a otros.
EVA
¡Y a ti mismo los gusanos comerán!
En tanto que la vida nos lleva, seamos felices
¡Al menos, ríamos mientras podemos!
ADÁN (a su gladiador)
¡Eh, tú, lucha mejor!
CATULO (al suyo)
¡No le des tregua! ¡Denodadamente!
El gladiador de Catulo cae y levanta la mano para pedir gracia. Adán apunta el gesto de la clemencia, pero Catulo se lo impide y, con el pulgar, le indica al otro gladiador que remate al vencido.
¡Recipe ferrum! ¡Perro cobarde! Esclavos,
tantos tengo como para de ellos no ser avaro.
¿Y quién rehusaría a las damas este espectáculo
tan excitante? ¿Es que el placer
no es más vivo cuando corre un poco de sangre?
El gladiador victorioso remata a su adversario.
ADÁN
¡Bésame, Julia! ¡Ese caballo es mío!
Que se lleven el cadáver
Danzantes, dadnos la comedia.
Y por hoy basta de combates.
Se llevan el cuerpo. Las danzantes aparecen sobre el estrado.
CATULO
Ven, Cluvia mía, no puedo sin deseos
ver que los amantes junto a mí se besan.
LUCIFER
¿Y nosotros dos? ¿No haremos lo mismo,
querida Hippia? Pero antes, rechupa tus labios
pues quiero estar seguro, paloma mía,
que ningún veneno los contamina
Bueno, vamos,
ahora podremos divertirnos
ADÁN
Tu corazón, Julia mía, late precipitadamente
¿Por qué? No puedo en él reposo hallar
(Hablan en voz baja.)
LUCIFER
¡Ah, el loco! ¡Hablarnos aqui del corazón!
CATULO (a Cluvia)
Querida mía, yo por el tuyo no me desvelo,
haz de él lo que quieras. Mas sin embargo
nada dejes entrever
Me basta
con que tu bello cuerpo siempre se me ofrezca.
CLUVIA
¡Ah, qué magnánimo eres! ¡A tu salud!
(Beben.)
CATULO
Bebe, querida mía, pero déjame
tus bellos brazos, tu tierno seno. Mira:
mi guirnalda se cayó
(Se dirige a las danzantes.)
¡Qué lascivo fuego!
¡Qué arte y qué gracia en ese paso!
CLUVIA
Oh, voy a vendarte los ojos, si buscas
en otra que no sea yo lo que te prodigo
sin arrancarte una buena palabra.
(Señala a Lucifer.)
Mira a éste
¿En qué le interesa
esa bella joven con él acostada?
Con su fría mirada, su maligna sonrisa,
tan sólo sabe verla dormir
mientras escucha las tiernas frivolidades
que decimos por simple placer.
CATULO
¡Un rostro tal es como frío sudario
sobre la poesía de toda una tertulia!
No es hombre el que puede quedar como de mármol
en el seno de voluptuosidades.
Mejor haría si se quedara en casa.
HIPPIA
Ah, me temo que ese desdichado no incube
la peste
Dicen que a Roma devasta.
ADÁN
¡Ahórranos esas fúnebres visiones!
¡Cantos! ¡Cantos! ¿Quién, de entre nosotros,
los sabe bien alegres? ¡Cantemos, amigos!
HIPPIA (canta)
El amor y el vino sin tasa,
he ahí lo que nuestros deseos colma.
¡Que cada copa nos asegure
el hallazgo de un placer!
¡Sepamos amar y beber!
Nuestras vidas son doradas por la embriaguez
como las tumbas que se hunden
lo son por la gloria del sol.
El amor y el vino sin tasa,
he ahí lo que nuestros deseos colma.
Cada mujer es una aventura,
un nuevo goce que correr.
¡Sepamos amar y beber!
Nuestras vidas son doradas por la embriaguez
como las tumbas que se hunden
lo son por la gloria del sol.
CATULO
¡Bravo, Hippia! ¡Ahora tú, Cluvia, canta!
CLUVIA (canta)
Antaño loco el mundo estaba.
Contemplad a la pobre Lucrecia
llorando la muerte de su esposo:
un amante le habla de éxtasis;
en vez de correr al placer,
para seguir viuda se apresta
a apuñalarse. La pérfida,
ése era su modo de gozar.
TODOS (cantan con ella)
En verdad el mundo es hoy más sabio.
Sintámonos felices de habitarlo.
CLUVIA
Antaño loco el mundo estaba.
Ved a Bruto que a la guerra va
a afrontar la muerte y los piojos
para defender a pobres diablos.
Él, de los guerreros el más noble,
lucha como cualquier soldadito
y muere en el campo de batalla.
¿Por qué no se quedó en su casa?
TODOS
En verdad el mundo es hoy más sabio.
Sintámonos felices de habitarlo.
CLUVIA
Antaño loco el mundo estaba.
Los fantasmas que reír nos hacen
de rodillas adoraba
y otro imperio no quería.
A los campanudos héroes de ese tiempo
quizá hoy en el circo
haríamos que las fieras comiesen
para un instante divertirnos.
TODOS
En verdad el mundo es hoy más sabio.
Sintámonos felices de habitarlo.
LUCIFER
Ah, Cluvia, venciste a Hippia.
Quisiera ser el autor de tu canción.
ADÁN
Y tú no cantas, ¿estás triste, Julia?
A nuestro alrededor todos se ríen y divierten
¿no te gusta descansar sobre mi pecho?
EVA
Ah, sí, y mucho. Mas perdóname, Sergiolus,
cuando la dicha me torna seria
pienso que la que ríe no es la verdadera.
En nuestro más dulce minuto también se mezcla
una gota del dolor inexpresable;
tal vez adivinamos que tales minutos
son como las flores que se marchitan.
ADÁN
También yo ese sentimiento apruebo.
EVA
Siento eso sobre todo cuando escucho
música, una canción
Las palabras,
a menudo hueras, las olvido.
Es el flujo de la voz lo que me arrastra
como un dócil navío
Entonces sueño
y me abandono. Y véome bajando
hacia un lejano pasado en que he vivido
antaño, bajo palmeras inundadas de sol,
una vida inocente; en el que, en su alegría
y su candor, mi alma sentíase prometida
a un noble y sublime destino.
No son más que sueños insensatos
Perdóname, deja que te bese, Sergiolus.
Mira, ya despierto.
ADÁN
¡Basta de música y de danza! ¡Basta!
Ese sempiterno flujo de empalagamientos,
ese plato en exceso azucarado me produce náuseas.
¡Lo amargo, es eso lo que mi alma requiere!
¡Ajenjo en mi vino! ¡Espinas en los besos
que me den! ¡Y en fin peligros y desvelos
sobre mi cabeza!
Las danzantes se retiran. Se oyen a lo lejos gritos de dolor.
¿Qué significan esos gritos
que me taladran los huesos?
LUCIFER
Son locos que clavan en la cruz.
Predican la fraternidad, el derecho
CATULO
¡Bien está! ¿Qué necesidad tenían
de mezclarse en los asuntos del prójimo,
en vez de quedarse tranquilitos en su casa
disfrutando de la vida?
LUCIFER
El mendigo al rico envidia,
y por hermano quiere tenerlo.
Una vez rico, crucificará al otro
al que tocará el turno de ser pobre
CATULO
Riamos de todo eso: poder, miseria
¡Hagamos befa de la peste que asuela
esta ciudad y de los hados de los dioses!
Se oyen nuevos gritos.
ADÁN (aparte)
Es el flujo de la voz lo que me arrastra
como un dócil navío. Entonces sueño y me abandono,
y véome bajando hacia un lejano pasado en el que,
en su alegría y su candor, mi alma
sentíase prometida a un noble y sublime destino
(a Eva)
¿No es eso lo que me decías?
EVA
Sí, así te hablaba
La noche ha caído poco a poco. Pasa por delante de la terraza un cortejo fúnebre: lloronas, portadores de antorchas, flautistas. Sobre los libertinos y sus compañeras cae un silencio de muerte. Al cabo de un rato Lucifer ríe irónicamente.
LUCIFER
¡Eh, parece que nuestro júbilo se evapora!
¿No será que el vino os falla? ¿O el espíritu?
¿Se acabaron las frases ingeniosas?
¡Es como para pensar que todo os cansa!
Si, hasta yo mismo
¿O tal vez entre nosotros hay alguno
que tiembla o quiere convertirse?
ADÁN (tirándole su copa)
¡Condenado seas si tal piensas!
LUCIFER
Aguarda, voy a invitar a reunirse con nosotros
a un nuevo comensal. Tal vez consiga
llevar un poco de alegría a nuestros corazones.
¡Esclavos! Haced que entre aquí
ese viajero acompañado de antorchas
para que vacíe una copa con nosotros
Los portadores depositan sobre la mesa del festín el ataúd, en el cual se ve un cuerpo. Lucifer le tiende su copa al cadáver.
¡Bebe, amigo! Hoy tú mueres;
tal vez mi turno llegará mañana
HIPPIA (al muerto)
¿Acaso prefieres un beso?
LUCIFER
Bésalo, pues,
y válete de eso para robar el óbolo
que tiene en la boca.
HIPPIA
¡Ja! ¡Ja! ¿Y por qué no a él,
si a ti te beso?
Se inclina ante el muerto y le besa los labios. El Apóstol Pedro, saliendo del cortejo fúnebre, se adelanta hacia el primer plano.
EL APÓSTOL PEDRO
¡Ah, desdichada, deténte!
¡La peste es lo que bebes!
Todos retroceden horrorizados.
TODOS
¡La peste! ¡La peste! ¡Horror! ¡Fuera de aquí!
EL APÓSTOL PEDRO
¡Pueblo de perros! ¡Cobarde generación!
Cuando la fortuna os sonríe
zumbáis descocadamente
como la mosca embriagada de sol.
¡Os burláis de Dios y vuestras suelas
pisotean la virtud! Mas si a vuestras
puertas el peligro llama y el dedo de Dios,
formidable, os toca, entonces,
lastimeros, gallinas, dobláis el espinazo,
y la desesperación se retrata
en vuestras repulsivas facciones
El castigo celestial está en
vuestras frentes. ¿No lo sentís?
La ciudad está desierta y saqueada.
Y el bárbaro pilla todo el oro
de vuestras cosechas. El orden ha sido
roto. Nadie obedece, nadie manda.
Juntos, el crimen y la rapiña
por la ciudad marchan alzando la cabeza
y tras ellos avanzan, lado a lado,
el negro terror y el pálido desvelo.
¡Ni la Tierra ni el Cielo os socorrerán!
En vano la embriaguez os emborracha
y corrompe, y ya no puede sofocar la voz
que surge en vuestras almas marchitas
y que os quiere llevar a un fin mejor.
A la postre, cansados estáis del placer.
Nada os satisface. Vuestra alma llena está
de asco y de angustia. Vuestros labios tiemblan.
¿Hacia dónde volvéis las miradas? Es en vano.
¡Ni siquiera creéis en vuestros dioses!
¡Para vosotros ya no son más que ídolos,
viejos guijarros congelados y sin palabras!
Las estatuas de los dioses se desploman de golpe.
¡Se desploman! Mirad: ¡polvo!
Y no encontráis un nuevo dios
que os pueda sacar de vuestro lodo
Y si sólo fuera la peste
Lo que diezma
vuestra ciudad con una mayor desesperación
es el éxodo, por millares, de esa gente
que, abandonando sus lechos de molicie,
se van a poblar los salvajes desiertos
de la Tebaida, con la secreta esperanza,
si allí viven como anacoretas,
de reanimar, gracias a un nuevo estremecimiento,
sus sentidos gastados por los vicios inmundos.
Oh, nación degenerada, vas a desaparecer
para siempre del vasto mundo
y éste será purificado
Hippia se desploma frente a la mesa.
HIPPIA
¡Oh, infortunio! ¡Oh, me muero! ¡Oh, el fuego
del infierno en mi cuerpo está! ¡Oh, empapada
estoy en frío sudor
! ¡Es la peste!
¡La peste! ¡Perdida estoy! Entre vosotros
que tantos placeres habéis compartido conmigo,
¿no hay ninguno que quiera socorrerme?
LUCIFER
¿Qué quieres, mi bella?
¡Hoy te toca a ti! Mi turno vendrá otro día
tal vez mañana.
HIPPIA
¡Al menos, ahorradme esta horrenda agonía!
¡Ah, matadme, o si no, os maldigo!
EL APÓSTOL PEDRO (acercándose a ella)
¡Hija mía, no maldigas, perdona!
¡Sí, perdona! Y soy yo el que te ayudará,
yo y el Dios eterno, el verdadero Dios,
el Dios viviente, padre de todos
los hombres, ¡el que es todo amor!
¡Alza los ojos, Hippia, hacia tu Señor!
Por esta agua pura tu alma es librada
de su mácula; se eleva y va rauda
hacia Dios.
La bautiza con el agua cogida de un vaso que está sobre la mesa.
HIPPIA
Padre, estoy en paz
(Expira.)
CATULO (se levanta)
Desde hoy mismo emprendo el camino
de la Tebaida, pues este mundo
de pecado me asquea.
CLUVIA
Voy contigo, Catulo.
Salen. Adán, preocupado, da unos pasos seguido por Eva cuya presencia no advierte.
ADÁN
Ah, Julia, ¿todavía estás aquí?
¿Qué buscas en estos lugares
en los que la muerte a la alegría
ha estrangulado?
EVA
Sergiolus, ¿allí donde estás tú
no tengo, pues, mi sitio? ¡Ah, hubieras podido
descubrir tantas nobles virtudes
en este seno si hubieses querido,
tomar de él más que un fugaz placer!
ADÁN
Y en mi propio corazón
Ah, qué desdicha
que las cosas marchen así
¡Morir pequeñamente,
para nada, no habiendo conocido más que el dolor!
Si Dios existe
Cae de rodillas y tiende sus manos hacia el cielo.
Si él nos gobierna y se interesa por nosotros,
que su clemencia envíe sobre esta tierra
un nuevo pueblo, un nuevo ideal,
el uno para regenerar la sangre corrompida
del hombre, y el otro para que abra caminos
a las aspiraciones de las almas nobles.
Todo cuanto es nuestro está corrompido,
gastado, ¡yo lo siento!
Y no tenemos la fuerza requerida
para engendrar un nuevo universo,
¡Escúchanos, escúchanos, Dios todopoderoso!
La cruz aparece en todo su esplendor en el cielo. Al fondo asciende la llamarada de las ciudades incendiadas. Bandas salvajes bajan de las cumbres. Se oye a lo lejos un himno sacro.
LUCIFER (aparte)
¡Como para echarse a temblar! O casi
¡Pero yo tan sólo contra el hombre
libro mi combate! ¡Él hará
lo que yo no puedo hacer! Por lo demás,
ya he visto tantas veces tal espectáculo
Poco a poco la aureola desaparece,
pero la cruz sigue ahí, como antaño,
y siempre dispuesta a anegarse en sangre
EL APÓSTOL PEDRO
Oh hijo mío, el Señor te ha escuchado.
Abre los ojos. La tierra corrompida
ya renace y, mañana, los bárbaros
vestidos con pieles de animales, que destruyen
las ciudades por el fuego y hacen que
sus caballos arrasen las seculares siembras,
y en las paredes de los templos abandonados
instalan riéndose sus caballerizas,
harán que corra en las resecas venas
de ese viejo mundo una sangre joven y pujante.
En cuanto a esos que cantan en el circo,
en tanto que un tigre los acosa,
ese nuevo ideal que tú demandas
¡está en ellos! ¡Es la fraternidad,
la emancipación de todos los hombres!
¡Y es eso lo que va a cambiar el mundo!
ADÁN
¡Ah, lo comprendo, el alma exige otra cosa
que blandos regocijos sobre muelles cojines!
Sentirse la sangre circulando en las venas
y tener una vida nueva que vivir,
¿puede experimentarse mayor felicidad?
EL APÓSTOL PEDRO
He aquí cuál deberá ser tu úníco empeño:
¡Para Dios la gloria! Y para ti el trabajo.
El hombre tiene derecho a consumar aquí abajo
todo cuanto en su ser está en germen.
Un solo mandamiento le es prescrito.
Uno solo, óyelo bien: la Ley de Amor.
ADÁN
¡Ah, quiero luchar con todas mis fuerzas
por esta doctrina! Ah, quiero crear
un mundo nuevo en el que la flor suprema
sea la virtud caballeresca,
en el que la poesía, junto al altar,
instale a la Mujer, inmortalizada.
Se aleja apoyándose en el Apóstol Pedro.
LUCIFER
¡Te embriagas de utopías, caro Adán!
Tal entusiasmo te hace grande
Es muy digno del hombre, y puede,
acercándote al Cielo, agradar a Dios.
Mas también Lucifer se regocija
pues a la desesperación te guía.
(Los sigue.)