El decorado se transforma súbitamente para representar la plaza de Grève. La terraza y el balcón son ahora el cadalso; la mesa es la guillotina. Adán, que de Kepler se ha cambiado en Dantón, arenga, desde lo alto del cadalso, a una multitud frenética. Junto a la guillotina se ve a Lucifer con traza de verdugo. Una tropa de voluntarios en harapos, precedida de un tambor, entra en escena y se coloca al pie del cadalso. A pleno sol.
ADÁN (como si continuara la tirada de Kepler)
¡Libertad! ¡Igualdad! ¡Fraternidad!
LA MULTITUD
¡O la muerte para quien ose
rechazar esta inmortal divisa!
¡Que los traidores lo tengan muy presente!
ADÁN
¡Sí, que ésos mueran! La gran idea
es atacada por doquier. Será salvada
por dos gritos: lanzo el primero
a los ciudadanos que aman su patria;
¡La Patria está en peligro! El segundo
cabe en una palabra que iremos a rugir
en la cara de los criminales: ¡Temblad!
Temblarán y perecerán. ¿Que los reyes
han marchado contra nosotros?
¡Pues les hemos lanzado a la cabeza,
la de nuestro rey!
¿Que los curas, esos falsos apóstoles,
han querido atacarnos? Pues les hemos
arrebatado el rayo de sus manos y, sobre su trono,
restablecido la Razón, perseguida
desde tiempos inmemoriales.
Mas nuestro llamamiento a los ciudadanos leales
no ha sido en vano:
once de nuestros ejércitos
están en las fronteras.
¡Por cada soldado caído, cien voluntarios
son aportados por la juventud heroica!
¿Dicen que una sanguinaria locura
diezmaría a nuestra Francia sagrada?
¿Quién osaría pretenderlo? Del metal en fusión
se separa la escoria, y lo que resta
carece de impurezas. Por lo demás,
- ya que era fatal -
si hemos tenido que derramar sangre,
preferimos que se nos trate de monstruos
con tal de que la Patria sea libre y grande.
LOS RECLUTAS
¡Ah, que tan sólo nos den armas!
¡Armas y un jefe!
ADÁN
¡Bravos muchachos!
Tan sólo queréis armas
Sin embargo,
sufrís mil privaciones,
andáis descalzos, andáis harapientos,
¡pero sabréis tomar, a la bayoneta,
todo cuanto necesitáis, oh nobles cabezas,
pues venceréis! ¡El pueblo es invencible!
Un general que se ha dejado derrotar
acaba de pagar aquí mismo su crimen.
Mirad su sangre sobre el cadalso.
LA MULTITUD
¡Traidor!
ADÁN
¡Sí, ésa es la palabra! Amigos, la sangre del Pueblo
es su único bien. Para salvar a la Patria,
él la prodiga. ¡Y aquél que dispone
de tal tesoro de guerra no es más que un traidor
si con él se confiesa incapaz
de conquistar el mundo!
Un oficial sale de las filas de los reclutas.
EL OFICIAL
Ciudadano,
dame la plaza de ese culpable.
¡Yo me encargaré de borrar ese oprobio!
ADÁN
Laudable es tu seguridad, amigo;
mas para sostener tu palabra,
necesitarías experiencia.
Ve, pues, a adquirirla en el combate.
EL OFICIAL
¡La certidumbre de mi victoria
está en mi corazón! Y además,
aquí está mi cabeza como prenda.
¡Ella vale por la que acaba de caer!
ADÁN
Si lo exigiera,
¿quién puede probar que tú la traerás?
EL OFICIAL
¡Yo mismo, que me burlo de la vida!
ADÁN
La juventud no tiene esos pensamientos.
EL OFICIAL
Una vez más, ciudadano, insisto:
dame ese mando.
ADÁN
¡Ea, paciencia! ¡Y alcanzarás tu propósito!
EL OFICIAL
¿Desconfías de mí? ¡Sea! Aprende entonces
a colocarme más alto en tu estima.
Se salta la tapa de los sesos.
ADÁN
¡Ah, qué lástima!
Habría merecido una bala enemiga
Llévenselo.
Adiós, amigos míos. Los espero
después de nuestra victoria.
Los reclutas se alejan marcando el paso.
¡Ah, me gustaría compartir vuestra suerte!
Ay, mi destino no es la gloria y la
muerte heroica en el campo de batalla.
¡Es la lucha oscura contra aquéllos
cuyas intrigas ponen a Francia
y a mí mismo en peligro!
LA MULTITUD
¡Muéstranoslos, los mataremos!
ADÁN
Todos los que os he mostrado
ya están muertos
LA MULTITUD
¿Y los sospechosos?
De ahora en adelante son culpables.
¡El pueblo no se equivoca con ellos!
¡Es infalible! ¡Hay que matarlos a todos!
¡Mueran, mueran los aristócratas!
Vayamos a las prisiones. ¡Hagamos cumplir
la sagrada justicia del Pueblo!
La multitud se dirige hacia las prisiones.
ADÁN
¡No! El peligro no está en las prisiones.
De éstas, los cerrojos son sólidos
y el aire que en ellas se respira es mortal:
dejen que haga su obra, el aire trabaja
para vosotros.
¡En los bancos de la Convención es donde,
entre befas, la traición afila sus puñales!
LA MULTITUD
¡A los convencionales los depuraremos!
¡Mientras tanto marchemos a las prisiones
a adiestrarnos!
En el ínterin, Dantón, haz redactar
una lista de traidores
La multitud se aleja. Unos descamisados llevan al cadalso a un joven marqués y a su hermana, que resulta ser Eva.
UN DESCAMISADO
Ciudadano,
te traemos a estos dos aristócratas.
Esa ropa fina, esa orgullosa cara
atestiguan su crimen.
ADÁN
¡Ah, qué noble pareja!
Acercaos, jóvenes.
EL DESCAMISADO
Nuestros camaradas se nos han
adelantado. ¡Corramos a alcanzarlos!
Trabajo no falta. ¡Todos los traidores
irán a la guillotina!
Se alejan. Los jóvenes suben al cadalso, en torno al cual sólo han quedado unos guardias.
ADÁN
No comprendo qué simpatía me lleva
hacia vosotros. Os salvaré, aunque para ello
deba arriesgar mi vida
EL MARQUÉS
¿Para qué, Dantón?
Si, como se dice, somos culpables,
entonces tú mismo traicionas a la Patria
al perdonarnos. ¡Si nuestra inocencia
a tus ojos salta, malhaya tu clemencia!
No la queremos.
ADÁN
¿Eh, quién eres, pues, para atreverte
a hablarle así a Dantón?
EL MARQUÉS
Soy marqués.
ADÁN
Cállate.
¿No sabes que ya no hay más que un título?
¿El de ciudadano?
EL MARQUÉS
¡Que yo sepa, mi Rey no ha abolido los títulos!
ADÁN
¡No sigas, desdichado! Pudieran oírte
Mira:
esta misma máquina está al acecho
Óyeme: entra en nuestros ejércitos,
allí harás una linda carrera.
EL MARQUÉS
¡No, porque mi Rey no puede autorizarme
a servir en un ejército extranjero!
ADÁN
En ese caso morirás.
EL MARQUÉS
Tal cosa dará, al servicio del Rey,
un muerto más en mi larga estirpe.
ADÁN
¿Por qué corres ciegamente hacia la muerte?
EL MARQUÉS
¡Cómo! ¿Ese derecho tan sólo os estaría
reservado a vosotros, hombres del pueblo?
ADÁN
¡Pretendes desafiarme! Pues bien, a pesar tuyo,
te salvaré
Cuando se hayan calmado las pasiones,
gracias me serán dadas por haber perdonado al hombre
que tú eres.
(Se dirige a los guardias nacionales.)
Llevadlo a mi casa con buena escolta.
Guardias, me respondéis de su vida.
Los guardias se llevan al marqués.
EVA
¡Sé fuerte, hermano mío!
EL MARQUÉS
Que Dios te proteja, hermanita
EVA
Mi cabeza bien vale la de Madame Roland.
ADÁN
¡Qué amargas palabras en tan tiernos labios!
EVA
¿Pudiera merecerlas más dulces el cadalso?
ADÁN
Esta máquina monstruosa es todo mi universo
y súbitamente un trozo del Cielo, con tu paso,
en ella se posó, cual santo templo
donde estoy encerrado.
EVA
Antaño los sacerdotes no bromeaban,
las bestias que llevaban al sacrificio,
cubiertas de guirnaldas
ADÁN
¡Ah, soy yo quien va al sacrificio!
Sienten celos de mi poderío
y yo estoy sin alegría.
¿La vida? ¿La muerte? Una y otra me inspiran
igual desprecio, igual asco.
Este trono real desde el cual veo rodar
cabezas y más cabezas a diario,
lo contemplo esperando mi turno.
Estoy solo, terriblemente solo,
en medio de toda esta sangre, y anhelo
con toda mi alma descubrir el amor.
Oh, mujer, si pudieras, tan sólo un día,
enseñarme esa ciencia celeste,
¡desde mañana iría gozosamente
a ofrecer yo mismo mi cuello a la cuchilla!
EVA
¿Puedes ciertamente en este horrible mundo
aspirar al amor?
¿No se estremece tu conciencia?
ADÁN
¡La conciencia!
Eso atormenta al vulgo
¿Pero el hombre
que lleva el destino puede emplear el tiempo
en mirar hacia atrás?
¿La tempestad se detiene para respetar
a una frágil rosa?
¿Y quién puede permitirse juzgar
al que se consagra a la cosa pública?
¿Puede dársele nombre al hilo secreto
que hizo obrar a Bruto, a Catilina?
Al hombre en que están puestos
todos los ojos,
es gran error verlo como a un dios:
un hombre sigue siendo, con los mil desvelos
de su condición
Sí, los que reinan poseen,
ellos también, un corazón que late.
César - si amado fue - para su amante no era
más que un buen muchacho al que ella amaba
¡Acaso jamás supo que el universo
al solo nombre de César temblaba de pavor!
Y si así fue, ¿por qué no podrías amarme?
¿No eres una mujer y yo un hombre?
Se pretende que el corazón, desde su nacimiento,
está destinado al odio o al amor.
El mío destinado te está desde siempre. Así lo siento
¿Y tú misma no quieres comprender
de mis palabras el valor?
EVA
De ser ello posible, ¿qué resultaría?
Tu dios no es el mío.
Jamás podríamos entendernos el uno al otro.
ADÁN
¡Bah! ¡Tira al pasado ese ideal marchito!
¿Continuar haciendo sacrificios a dioses ya muertos?
¡Para una mujer, el único culto eterno
es el corazón!
EVA
Un altar abandonado puede tener sus mártires.
Con amor, piadosamente, velar sobre ruinas
es más noble, oh Dantón, que inclinar la cerviz
ante el nuevo régimen.
¿No es esto vocación de mujer?
ADÁN
Jamás nadie vio enternecerse a Dantón.
Todo el que hoy, ya fuere su amigo o su enemigo,
lo viera aquí sobre este cadalso,
con los ojos arrasados en lágrimas,
implorando el amor de una doncella,
profetizaría la inminente caída
de este hombre que el destino lanzó
como un huracán para lavar al mundo.
Se reirían de mí y ya no espantaría a nadie
¡Oh, mujer, pese a ello,
de ti imploro un destello de esperanza!
EVA
Tal vez un día, en la paz del sepulcro,
cuando tu alma haya podido lavarse
de este ensangrentado cieno
ADÁN
Ah, muchacha ¡cállate!
No creo en el otro mundo.
Sin esperanza es como el destino arrostro.
Violenta, ruidosa, la multitud vuelve, blandiendo armas tintas en sangre y cabezas cortadas. Algunos hombres suben al cadalso.
LA MULTITUD
¡Hemos hecho justicia! ¡Qué ralea
insolente y vanidosa esos nobles!
UN DESCAMISADO (le tiende una sortija a Dantón.)
Toma esta sortija y ponla en el altar
de la Patria. Fue uno de esos infames
el que me la puso en la mano, ¡pensando
que mi cuchillo no lo degollaría!
¡Nos toman por bandidos!
(Se vuelve hacia Eva.)
¿Y tú? ¿Vives todavía?
¡Pues vete a reunirte con tu hermano!
La apuñala. Cae muerta detrás del cadalso. Horrorizado, Adán se tapa los ojos.
ADÁN
¡Su vida acabó! ¡Oh! ¿Quién pudiera vencerte,
Fatalidad?
LA MULTITUD
¡Y ahora, vayamos a la Convención!
¡Condúcenos, ciudadano!
¿Ya preparaste la lista de los traidores?
Los que habían subido al cadalso bajan. De la multitud se separa una mujer en harapos, joven, ardiente, vulgar, que no es otra que una nueva encarnación de Eva. Con un puñal en una mano y una cabeza cortada en la otra, se precipita hacia Dantón.
EVA
¡Éste conspiraba contra ti!
¡Dantón, mira su cabeza!
¡Yo misma lo maté!
ADÁN
Si él podía desempeñar mi cargo mejor que yo,
has hecho mal, si no, ¡has hecho bien!
EVA
¡Estaba en lo cierto! Y quiero mi salario:
Dantón, ven a pasar la noche conmigo
ADÁN
¿Qué amor puede ofrecer una tigresa?
¿Qué sentimiento puede anidarse en su seno?
EVA
¡Hablas como un aristócrata!
¡O es que la fiebre te hace delirar!
Eres un hombre, yo soy mujer y joven
¡Si a ti me ofrezco es porque te admiro!
ADÁN
Ah, ese parecido
¿Será posible?
Soy presa de un terrible espejismo.
Quien al ángel conoció antes de su caída
y vuelve a verlo bajo su forma infernal
puede, siquiera, imaginar lo que siento:
¡Son las mismas facciones, la misma voz!
¡No obstante, la diferencia es total!
Ah, no pude poseer a la primera,
de una santa aureola preservada
Y ésta de modo tal a infierno apesta
que acercármele no puedo sin asco.
EVA
¿Qué mascullas, ciudadano?
ADÁN
Calculo, ciudadana, que me quedan
muchas menos noches por pasar
que enemigos le quedan a la Libertad
LA MULTITUD
¡En camino, hacia la Convención!
¡El nombre de los traidores!
Robespierre, Saint-Just y otros convencionales, escoltados por una nueva oleada de pueblo, llegan y suben a un estrado improvisado.
SAINT-JUST
¿Comó os lo daría él?
¡Si él es el jefe de los traidores!
La multitud ruge.
ADÁN
¿Osas acusarme, Saint-Just?
¿Olvidas mi poderío?
SAINT-JUST
¡Al pueblo se lo debes!
Mas el pueblo es avisado;
ha sabido calarte y hará suya
la sentencia de la Convención.
ADÁN
No quiero otro juez que el pueblo
y me consta que sigue siendo mi amigo.
Nuevos rugidos en la multitud.
SAINT-JUST
¡No puedes tener otros amigos
que los traidores!
El pueblo soberano se dispone a probarlo
y contra ti pronunciará su veredicto.
¡Te acuso de haber traicionado su causa,
de haber dilapidado los fondos públicos,
de haberte puesto de acuerdo con los nobles
y de querer, en fin, imponernos tu tiranía!
ADÁN
¡Ten cuidado, Saint-Just!
Tu acusación es una mentira.
¡Con sólo unas palabras podría fulminarte!
ROBESPIERRE
¡Ah, no lo escuchéis! ¡Mas haced callar
su lengua lisa y bífida de víbora!
¡Que se le detenga en nombre de la Libertad!
LA MULTITUD
¡No escuchéis al tirano! ¡Que lo maten!
Rodean a Dantón y se apoderan de él.
ADÁN
¡Sea! ¡No me escuchéis
! ¡Pero me niego
a oír las calumnias insanas
con que se me quiere aplastar!
Nunca habéis podido vencerme en la tribuna.
Aquí, deteniéndome, fracasáis igualmente.
Robespierre, tú no me has vencido:
¡tan sólo me ganaste la delantera!
¡Soy yo quien renuncia al combate!
Y lo echo a un lado.
Desde ahora, sábelo, te invito:
¡antes de tres meses tendrás mi mismo fin!
(Al verdugo)
Vamos, verdugo, arrea.
Vas a matar a un gigante: ¡sé ducho!
(Pone su cabeza bajo la cuchilla.)